¿Sirven de algo los test de inteligencia?

Este es el título de un estupendo artículo de Carmen Giró, enLaVanguardia.com (27/04/2012). En su preparación se documentó con fuentes muy diversas. Lo reproduzco a continuación y aprovecho para recordar que Carmen Giró ha ganado el XII Premio de periodismo en prensa escrita (2011) por su trabajo “Después del Infarto” y que compartimos afición blogera: El blog de Carmen Giró. Ventana del free-lance

¿Sirven de algo los test de inteligencia?

CARMEN GIRÓ en  LaVanguardia.com (27/04/2012)

A Juan y a Paula les han hecho un test en el colegio para orientarlos en la profesión que quieren hacer de mayores. Juan serviría para trabajos relacionados con la precisión matemática, como ingeniería, y Paula destaca por su capacidad de análisis global y por la resolución de problemas, con lo que podría tener un trabajo relacionado con la salud y el contacto con las personas. El padre de Juan está buscando trabajo y en la última fase de selección de personal le han hecho hacer un test psicotécnico. Muchos de nosotros, incluso sin saberlo, hemos realizado en algún momento de nuestras vidas un test para analizar nuestro cociente intelectual.

Los test de inteligencia o CI (cociente intelectual) son muy conocidos y utilizados. Se basan en una estimación numérica de la capacidad intelectual de un individuo, y se obtiene a través de distintos test de inteligencia. Es otra herramienta estandarizable, cuantificable, que puede ayudar a un profesional a situar comparativamente una persona en un lugar u otro a partir de una lista de capacidades. Como casi todas las técnicas que sirven para estudiar algo tan desconocido y potente como las capacidades del cerebro humano, sus aplicaciones tienen sus luces y sus sombras, y entre los profesionales del medio hay defensores y detractores a ultranza. Los test de inteligencia se siguen usando mucho. ¿Son útiles? Algunas voces dicen que sí, otras que son una herramienta sobrevalorada, especialmente cuando se consideran infalibles o hay que seguir a rajatabla, o peor aún, cuando se aplican en aras de estrategias políticas y económicas. Los psicólogos, pedagogos, demógrafos, economistas, sociólogos trabajan en este campo. En sus investigaciones sobre inteligencia a menudo aparece también el concepto de raza, y también palabras como educación, inmigración o contratos laborales, y por ello hay una fuerte controversia internacional entre los diferentes grupos de investigación.

No hay una inteligencia

Julio Pérez Díaz, investigador del Instituto de Economía, Geografía y Demografía del CSIC, cree que “ha habido una gran evolución en la neurobiología, en todo el terreno de la inteligencia artificial, y ya no está tan claro qué es la inteligencia. A principios de siglo pasado se consideraba como algo mecánico, pero hoy en día sabemos que hay muchos tipos de inteligencia y diferentes maneras de entenderla”.

La inteligencia emocional, explicada en los libros de Daniel Goleman, fue la más conocida popularmente porque tuvo más glamur mediático. Hace pocos meses concedieron el premio príncipe de Asturias a Howard Gardner, profesor de la Escuela de Educación de la Universidad de Harvard y autor de la llamada teoría de las inteligencias múltiples, que propone que los humanos tenemos nueve inteligencias distintas, un conjunto de capacidades diversas y de utilidades específicas, y no una sola como afirman otras teorías. La mayoría de definiciones consideran que la inteligencia está formada por las capacidades de razonamiento lógico, resolución de problemas, pensamiento crítico y adaptación.

Para Antonio Andrés Pueyo, catedrático de la facultad de Psicología de la Universitat de Barcelona, “el CI sigue teniendo vigencia aunque las teorías de la inteligencia vayan cambiando”. Lo compara a la escala de grados centígrados, que es válida aunque se mida con termómetros basados en tecnologías diferentes. “Hay test que evalúan distintos tipos de inteligencia y que se combinan en el CI. Esto es lo que pasa con las llamadas escalas Weschler. También los test pueden estar construidos para evaluar una sola capacidad general, como es el caso de los test de Raven”.

Usos del test de inteligencia

Para el psicólogo Antonio Andrés, “el CI resume, de forma objetiva y fiable, el nivel que cada persona tiene de inteligencia, que es la principal característica psicológica, aunque no la única, que permite a las personas adaptarse a las situaciones complejas y novedosas de la vida y resolver exitosamente los nuevos problemas a los que hay enfrentarse. El CI es imprescindible para identificar el nivel de inteligencia y sobre todo cuando hay que hacerlo con precisión”.

Andrés pone algunos ejemplos: “Conocer la inteligencia de un adolescente acusado de abusos sexuales en un juicio para declararlo culpable de esos hechos requiere, en algunas ocasiones, evaluar el CI. Identificar los efectos que un traumatismo craneal haya podido tener sobre la inteligencia se apoya en la valoración del CI. Para priorizar unos aspirantes a un determinado tipo de empleo o a una plaza universitaria una estimación del CI es muy relevante. Si hay que diagnosticar a un discapacitado por razón de un posible retraso mental y para ser o no receptor de un subsidio o ayuda social se necesita el CI. Si queremos evaluar la madurez psicológica de un menor o la afectación cognitiva global de una persona anciana también es muy útil el CI. Hay numerosas situaciones donde la medida del cociente intelectual es elemento de gran valor”.

Julio Pérez Díaz se muestra cuanto menos escéptico respecto a los test de inteligencia: “Metodológicamente y científicamente hablando, los test de CI están desprestigiados, pero se siguen usando, desde la psicología y la pedagogía, para orientación profesional a los niños, para selección de personal. Se siguen vendiendo teorías que están más que superadas científicamente, y a veces desde facultades de Psicología de prestigio”. Antonio Andrés discrepa: “A veces se suele decir que el solo hecho de evaluar el CI es discriminativo, pero los estudios científicos han demostrado de forma reiterada que no es así, lo que realmente es discriminativo es atribuir de forma poco rigurosa un determinado nivel de inteligencia a las personas sin evaluarla psicológicamente con todas las garantías científicas”.

El departamento de Historia de la Psicología de la Universidad de York (Inglaterra) ha estudiado ampliamente la historia y fiabilidad de los test de inteligencia. En uno de sus estudios, el investigador Paul Ballantyne explica: “Actualmente, las investigaciones más avanzadas insisten en que hace falta una medida más amplia de la inteligencia, para estrechar la distancia que hay entre los test contemporáneos y la ciencia cognitiva del pasado”. Entre las actuaciones que proponen desde esta universidad está la de aumentar la batería de preguntas y pruebas para incluir medidas de habilidades y procesos importantes y que actualmente no se contemplan, o usar instrumentos y aproximaciones alternativos para estudiar la inteligencia.

Instrumento político

A lo largo de la historia, en muchos países, pero sobre todo en Estados Unidos, los test de inteligencia se han instrumentalizado y usado como herramienta en ciertas políticas de población con el fin de mejorar la calidad poblacional, discriminando a las personas y clasificándolas en función de su mayor o menor conveniencia social y racial. A principios del siglo XX, Binet desarrolló en Francia un test y una escala de edad mental para escolares, para establecer qué alumnos necesitaban refuerzo. En 1908 Henry Goddard, psicólogo estadounidense preocupado por la degradación racial, los aplicó para demostrar la supuesta superioridad de la raza blanca. Poco después, el catedrático de Stanford Lewis Terman adaptó el test a las escuelas californianas, creando el conocido test de Stanford-Binet. Su utilidad era detectar quiénes de forma innata tienen una inteligencia inferior, para impedir después que empeorasen la calidad poblacional estadounidense, por ejemplo reproduciéndose. De aquí surgieron polémicas leyes de esterilización obligatoria que aún ahora llenan sumarios judiciales.

El presidente de la Asociación Psicológica Norteamericana, Robert Yerkes, aplicó los test durante la Primera Guerra Mundial como herramienta de selección de los reclutas para el ejército. Julio Pérez Díaz explica: “Sus test se pasaron a más de un millón de soldados, y sirvieron para demostrar científicamente que la nueva inmigración europea, la del este y el sur, a diferencia de la primigenia del norte, resultaba de inferior calidad racial. El tipo de información así acopiado fue una de las armas esgrimidas por los restriccionistas y eugenistas para presionar por leyes antiinmigratorias que estableciesen cupos según el país de procedencia”.

Más cerca, en la España de finales de la Guerra Civil, Antonio Vallejo-Nájera, jefe de los Servicios Psiquiátricos Militares de la dictadura franquista, halló una explicación médica a la tara ideológica del marxismo: inferioridad mental. Tras realizar estudios con grupos de brigadistas internacionales y presas malagueñas de 1939, afirmaba en el libro La locura en la guerra. Psicopatología de la guerra española, que había una íntima relación entre marxismo e inferioridad mental. El documental Els nens perduts del franquisme, de TV3 cuestionó en su día el papel desempeñado por este psiquiatra en la posguerra.

Educación y ética

A lo largo del siglo XX se siguieron utilizando los test de CI en diferentes modalidades, a menudo en selección de personal, pero también para demostrar la supuesta inferioridad intelectual de los negros, los judíos, las mujeres, los emigrantes. En los 70 en EE.UU. se creó una fuerte corriente política de rechazo a los gastos en educación para los negros y pobres después que Arthur Jensen “demostrara” que las diferencias de inteligencia entre blancos y negros son genéticas. En 1973, un “prestigioso estudio” de Hans Eysenck propició una campaña en Gran Bretaña contra la inmigración de asiáticos y de negros por los mismos motivos.

Y mucho más reciente están los libros The bell curve (1994), de Richard Herrnstein y Charles Murray, y The global bell curve (2009), del profesor británico Richard Lynn. Julio Pérez Díaz explica: “En estos libros demuestran que en EE.UU. el cociente de inteligencia heredado explica los logros, el estatus y los ingresos. De nuevo hay que leer que los negros son pobres porque son menos inteligentes que los blancos, y lindezas semejantes. Y en el libro de Lynn aplican los datos americanos al ámbito europeo. Ahora son los alemanes los que justifican su mejor situación socioeconómica por su mayor CI comparado, por ejemplo, con los franceses”. El investigador aconseja leer dos libros que esclarecen las dudas sobre la manipulación de conceptos: La falsa medida del hombre, de Stephen Jay Gould (1986), y No está en los genes, de Lewontin, Rose, y Kamin (1987).

Antonio Andrés reconoce que, “como en la aplicación de cualquier avance técnico, en el caso de los test de inteligencia y el CI hay luces y sombras, y usos que podemos calificar de positivos y negativos desde un punto de vista humanitario y de progreso. Cómo se utilicen los resultados de estas evaluaciones tiene que ver con las intenciones de los que las emplean y, naturalmente, se puede hacer con fines dañinos y perversos. De eso no se salvan los test de inteligencia y el CI. Pero en sí mismo un test de inteligencia no es éticamente una técnica que se pueda considerar maligna”.

El efecto Flynn

Si a niños de 1997 les hubieran hecho hacer el test de inteligencia que se aplicaba en 1932, habrían sacado una puntuación de 120. Y al revés, si los niños de 1932 hubieran podido hacer el test actual, su media habría sido de 80, y una cuarta parte de ellos habrían sido clasificados con deficiencia mental. Así lo demuestran numerosas investigaciones que estudian el llamado “efecto Flynn”, que afirma que el cociente intelectual está subiendo año tras año. Los expertos explican este incremento, entre otros factores, por la importante estimulación visual que tienen las generaciones actuales y por la cultura tecnológica, que ha propiciado otra manera de resolver problemas.

“En el último medio siglo, el CI de la población ha subido de forma espectacular, lo que demuestra que no es cuestión de genes –asegura Julio Pérez Díaz–. El CI refleja lo que uno aprende, no es nada innato. Hay una gran flexibilidad del ser humano y de su cerebro, en relación con su contexto natural y social”.

Si nos centramos solamente en los números, se considera que un cociente intelectual por debajo de 69 refleja una deficiencia. Los que se encuentran entre 70 y 79 son lo que se llama borderline,de inteligencia límite. La inteligencia considerada normal está entre 90 y 110, (la gran mayoría de la población) y las personas con un cociente superior a 140 son consideradas superdotadas.

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José Aurelio Pina Romero, Licenciado en Ciencias y Técnicas Estadística por la Universidad Miguel Hernández de Elche. Ejerce como profesor de Matemáticas en el IES Bahía de Babel. Es amante de las nuevas tecnologías y metodologías educativas, y en su tiempo libre le gusta practicar deporte y viajar.

One thought on “¿Sirven de algo los test de inteligencia?

  1. Bernardo Perdomo Romero

    Leí sobre el efecto Flynn en la «Redes para la ciencia» nº 26. Es muy interesante. Sincetamente, no creo que la inteligencia pueda ser cuantificada. Soy más defensor de las (9) inteligencias múltiples de Gardner.

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